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lunes, 2 de agosto de 2010

El hotel Crillón y el Palais Concert: pasado y presente de dos veteranos

(El Comercio).- La noticia no generó mayores comentarios, quizá porque su esplendor se diluyó en el olvido: el hotel Crillón está a la venta. Uno de los referentes de Lima durante la segunda mitad del siglo pasado está como un boxeador veterano, esperando su segunda oportunidad. El valor que tiene es de siete millones de dólares. Aún no se sabe qué será de él.
El silencio aumenta las dimensiones y las sombras dentro del hotel. El fallecido cineasta Stanley Kubrick podría haber filmado alguna escena de su cinta de horror “El resplandor” en sus instalaciones. Todo tan vacío y tan callado. Todo tan distinto a cuando por esos mismos pasillos caminaba Luis Banchero Rossi, el empresario más rico del Perú y que hizo del Crillón su casa y el sitio en el que pasó los días previos a su muerte, en la década de los 70. En alguna de sus habitaciones durmió John Wayne. También Pelé. Los más grandes tenían la parada obligatoria en el Crillón.
El hotel abrió sus puertas en un edificio de ocho pisos en 1947. Unos años después se amplió a 22 pisos. El historiador Juan Luis Orrego Penagos recuerda que el hotel llegó a tener 550 habitaciones, 650 camas, 700 empleados, cuatro bares y cinco restaurantes. Un día como hoy, hace cincuenta años, se inauguró en el Crillón el Sky Room, uno de los restaurantes más lujosos de Lima.
El Crillón, sin embargo, no es el único edificio ícono de una Lima pretérita en venta. La última edición de la revista “Semana económica” señala que el Palais Concert está en la mira de Ripley. El lugar que fuera frecuentado por intelectuales, en el que José Carlos Mariátegui o César Vallejo tomaban café y que Abraham Valdelomar inmortalizó con la frase “Lima es el Jirón de la Unión, el Jirón de la Unión es el Palais Concert…” podría ser pronto otra tienda por departamentos.

FUTURO INCIERTO
¿Qué pasará con el Crillón? Aún no puede saberse. El gerente de desarrollo empresarial de la Municipalidad de Lima, Luis Gayoso Reusens, habla sobre el tema.
“Hasta donde tengo entendido el interés es sobre la base de aprovechar la propia infraestructura del inmueble, por eso una iniciativa de vivienda no sería muy fácil, salvo mucha inversión para adaptar las estructuras. Sí estaría permitido que se habilite para ese caso, pero sería más fácil para oficinas. También pueden habilitarlo para un centro comercial, galerías de arte o centros culturales. Cuando [los dueños] tengan algún comprador interesado, se verá qué se hará finalmente con el Crillón”, sostiene.
En ese mismo camino, Gayoso subraya que lo que no podría hacerse es establecer imprentas o una discoteca. Con respecto al Palais Concert, Gayoso no tiene mayor información.
Ante la pregunta de si el Crillón podría ser derribado, Gayoso no se anima a dar una respuesta contundente, pero duda de que eso ocurra. En cambio, su negativa sí fue rotunda al responder la misma consulta respecto al Palais Concert.
En tanto, el arquitecto Luis Rodríguez Rivero cree que el problema no es que estos inmuebles se vendan, sino que no cuentan con protección adecuada.
“Muchos de nuestros inmuebles importantes no se han protegido. Nuestro patrimonio moderno es maltratado de una manera increíble. Sin embargo —dice el arquitecto—, la noción de conservación acá es antigua y reaccionaria: la de no cambiar nada. En mi opinión, sería pésimo que tumben estos edificios. El problema de fondo es qué cosa obtiene un inmueble por estar protegido. Si no hay apoyo del Estado, al final ese beneficio hace que el inmueble pierda valor o, por el otro lado, ocurre que no existe protección”.
Lo que Rodríguez sugiere es que para edificaciones como las dos citadas tanto el Instituto Nacional de Cultura como la Municipalidad de Lima tengan equipos técnicos capacitados para brindar alternativas de inversión que potencien estos edificios y otros similares, teniendo en cuenta su valor histórico y arquitectónico.
Mientras, el Crillón —vacío, detenido, alejado— permanece como una gárgola enorme en el Centro de Lima esperando despertar.


Fuente de información: El Comercio
Por Fernando González Olaechea

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